Un ataque activo en el contexto de la seguridad informática se refiere a cualquier acción ofensiva llevada a cabo con la intención de alterar, destruir, robar o interferir en la transmisión de datos dentro de una red informática. A diferencia de los ataques pasivos, donde el atacante se limita a escuchar o monitorear la transmisión de datos sin alterarla, los ataques activos buscan modificar el flujo de datos, insertar mensajes en la red o denegar el servicio a usuarios legítimos. Estos ataques representan una amenaza directa para la integridad, confidencialidad y disponibilidad de los recursos de información y requieren medidas de seguridad proactivas para su detección y prevención.
Ejemplos comunes de ataques activos incluyen el ataque de hombre en el medio (MITM), en el cual el atacante intercepta y altera la comunicación entre dos partes sin su conocimiento; ataques de denegación de servicio (DoS) y ataques de denegación de servicio distribuido (DDoS), que buscan hacer un recurso inaccesible para sus usuarios; y el ataque de inyección, como la inyección SQL, que introduce código malicioso en una aplicación para ejecutar operaciones no autorizadas.
Las organizaciones pueden protegerse contra ataques activos implementando una serie de medidas de seguridad, que incluyen el uso de firewalls para filtrar el tráfico no autorizado, la encriptación de datos para proteger la información durante su transmisión, sistemas de detección y prevención de intrusiones para identificar y bloquear actividades sospechosas, y la implementación de políticas de seguridad estrictas que regulen el acceso a la red y a los datos.
El impacto de un ataque activo en una organización puede ser significativo, incluyendo la pérdida o alteración de datos críticos, interrupciones en las operaciones comerciales, daños a la reputación de la empresa, y posibles consecuencias legales y financieras. La prevención efectiva y una respuesta rápida a los incidentes de seguridad son cruciales para minimizar el daño y restaurar la normalidad operativa.